«No me gusta la oscuridad y aquí no puedo mirar nada». Un testimonio desde el silencio, una voz que emerge de debajo de la tierra para contar la historia de las mujeres sin rostro, las de los huesos quebrados, las que esperan en la noche de las infelices.
MÉXICO.- No me gusta la oscuridad y aquí no puedo mirar nada. Todo se ha borrado; el tiempo, las sombras, las voces,la lluvia. Mis manos tocan algo que parece ser mi rostro, pero no estoy segura. Mi cara tenía ojos y este puño de carne pegajosa no los tiene.
No me gusta el frío y aquí hace mucho. Los huesos me crujen como una máquina oxidada, igualito que truenan las del taller de Anselmo. ¡Pobre hombre! No se quiere ir de la fábrica, aunque le paguen una miseria. Dice que no se irá hasta que vuelva a ver a Betina, su hija. Dice que quiere estar aquí el día que regrese para abrazarla, para decirle que la ama,que no pudo salir a buscarla porque está viejo y nadie lo escucha, porque el agua dulce de sus ojos se acabó de tantos meses de llamarla.
Cómo quisiera que me abrazaran en estos momentos. Estoy helada.
Maldito viejo, el Rosendo ese. Me dijo que me pagaría horas extras si me quedaba en la noche. Con lo poco que nos pagan en la maquila, quién no va a querer un poco más de pisto. Puerco infeliz. No se conformó con abusar de mí, no se hartó con mis gritos de dolor, no le bastó con ver mis lágrimas rojas escurrir por mis piernas, no le fue suficiente desgarrarme el vientre en medio de la ausencia del mundo.
Desde aquí escucho al miserable hablarles bonito a las morritas que van llegando. ¿Cómo decirles que no le hagan caso,que es un maldito mentiroso, una bestia? ¿Cómo gritarles que se larguen ahora que pueden, que corran antes de que les roben el aliento y las metan bajo esta loza?
Váyanse todas antes que caiga la noche de las infelices, la noche de las mujeres sin rostro.
Ella está entre nosotras, las de la voz, las de la fosa bajo la maquila. Somos muchas y estamos solas. Las sin manos y sin piernas, las sin sangre, las de los huesos quebrados. Aquí estamos como testigos del horror. Me pueden llamar Flor,Leticia o Margarita, da lo mismo. A veces habla Betina, a quien le dejaron un cachito de boca. Hoy le arrebaté la palabra a Carmen, que es muy callada, pero llegó la nueva que no paraba de llorar.
Ella es una más.
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Por Corresponsal Digital (Texto original de Martha González Díaz)