En las brumosas madrugadas de la laguna de Juchitla, una antigua deidad emerge para proteger sus dominios. Una crónica que recupera la leyenda de la Tlanchana, la guardiana de las aguas, y su enfrentamiento con la ambición de los hombres.
VALLE DEL MATLATZINCO.- Eran las cuatro y media de la mañana en la laguna de Juchitla cuando la niebla empezó a envolver los tulares. Una ráfaga de viento hacía estremecer los sauces llorones, produciendo un silbido muy parecido al de las serpientes. Las aguas se agitaban bajo la luz de la Gran Luna Blanca.
De pronto, emergía un cuerpo desnudo deslizándose entre las jaras. Era Tlanchana, la mujer serpiente, cuyo cuerpo húmedo y viscoso brillaba tornasol en verdes y azules. Las finísimas escamas de su cola de reptil resbalaban con peces, renacuajos y ajolotes que saltaban de regreso al agua.
Una vez posada en su roca, erguía su cuerpo y dirigía la mirada hacia las estrellas. Tlanchana era la guardiana, y cada madrugada de luna blanca salía de las aguas para tomar venganza contra los depredadores de la ciénega, aquellos que por su desmedida ambición envenenaban la vida y desecaban el Gran Lago.
Al llegar a tierra firme, sus escamas se descarapelaban para dejar al descubierto un cuerpo de mujer con piel aperlada. Sus piernas de humo flotaban sobre los pastizales, sin pisar la maleza.
Esa madrugada, los dones adivinatorios de Tlanchana le advirtieron que un grupo de hombres se acercaba. Conocían el pacto inmemorial: no tomar nada de las aguas sin permiso, y de hacerlo, primero tendrían que dar una paga. Pero uno de ellos, Juan, olía a traición.
Furiosa, Tlanchana se ocultó y siseó, un sonido que heló la sangre de los hombres. «¡Es ella, Anchane!», gritaron. Juan, burlón, negó la existencia de la bruja del agua y se apartó del grupo, dirigiéndose a la orilla con una red. Pero no era una red lo que llevaba, sino un bule.
Ante la mirada atónita de la deidad, el hombre se lanzó a la ciénega y el bule se transformó en un gran pozo que empezó a atraerla como un imán. Era un nahual, un brujo enviado para capturarla. La batalla se desató. Tlanchana daba coletazos, se enredaba en los tulares para no ser arrastrada, mientras los animales acuáticos tejían una corona en su cabeza para darle fuerza. Finalmente, sus tres colas de serpiente lograron arrancar el bule de las manos del nahual y lanzarlo lejos.
Tras el encuentro, se dice que en el pueblo de Juchitla llovió durante nueve días y nueve noches, acompañado de un llanto melancólico que venía de la ciénega. Juan fue encontrado inconsciente, aferrado a su bule, y desde entonces ya no es el mismo. Tlanchana, por su parte, se refugió en el fondo de su laguna, en el mítico corazón de los nueve ríos del inframundo.
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Por Corresponsal Digital