¿Para Qué Sirven Esos Ojos que Aún Abren?

Una voz desde el asfalto nos interpela. Una cruda reflexión sobre la normalización de la violencia, la indiferencia y la muerte silenciosa que nos consume a todos, incluso a los que aún respiran.

MÉXICO.- Todos estamos muertos, don Julio, qué más da cómo nos arrebataron la vida. Muchos de nosotros, sin deberla ni temerla, amanecimos tiesos a la orilla de un camino, a veces ya bien carcomidos por las ratas, con los sueños rotos. A quién le importa si nos disparó la migra, nos pescó la ministerial en una redada o si los guachos nos dieron el tiro de gracia para luego sembrarnos un cuerno de chivo. Qué más da. Lo cierto es que todos estamos muertos.

Míreme a mí, parezco costal de huesos untado en la banqueta. Por lo menos quedé completito; desangrado sí, pero enterito. A quién le interesa si me dieron un levantón o me lo merecía por andar en cosas chuecas. La verdad es que necesitaba pisto, pues, y ellos me lo ofrecieron. Me latió que no era cosa buena eso de llevar paquetitos escondidos. Pero ya qué, necesitaba lana.

Por eso se lo repito, don Julio; lo bonito es que yo quedé enterito y hasta es posible que alguien me dé cristiana sepultura. Malo los que se quedaron regados en el monte, o los que andan por ahí despezados y sin órganos. Malo, las morritas que andan vendiendo del otro lado, o las que colgaron como monigotes sin cabeza bajo un puente. Peor tantito, los que deshicieron en los tambos pozoleros llenos de ácido.

Dicen que faltan 43. ¡Mentira, don Julio, somos un chingo!

Ya ni llorar es bueno. Sin embargo, lo que sí me puede hasta el alma son los morritos quemados allá en el norte, los que se caen de la Bestia todos los días, los chamaquillos que se mueren locos en las calles pidiendo para la mona o los que encuentran bien secos en el desierto. Esos sí me pueden, don Julio. Porque esos inocentes no hicieron nada malo. Al contrario, nos han enseñado lo bestias que somos.

Pero ahora ya, ¿pa’ qué? Si todos estamos muertos.

Y usted, don Julio, ¿qué hace ahí paradote viéndome nomás? ¿Para qué le sirven esos ojotes que aún abre? ¿Para qué le sirven esas manos que todavía mueve? ¿Para qué quiere ese corazón que aún late?

Usted, don Julio, también está bien muerto, porque no hace nada. Nada le conmueve, ni los desaparecidos, ni los ejecutados, ni los que le chillan en su conciencia. Nada le humilla, nada le cala, ni mi muerte, ni su muerte, ni las miles de muertes impunes que ve a diario, ¡carajo!

Por eso se lo digo y se lo repito: ¡Todos estamos bien muertos!

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Por Corresponsal Digital (Texto original de Martha González Díaz)

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