Fidelia Duarte, la Memoria del Temascal

En los pueblos de México existen figuras que trascienden el tiempo. Un emotivo relato recupera la memoria de la partera y curandera del Llano Grande, una mujer cuya magia y sabiduría marcaron el ciclo de la vida y la muerte de toda una comunidad.

EL LLANO GRANDE.- Me contaron que cuando alguien va a morir, los perros aúllan en la madrugada, sus ojos brillantes cambian de color, se ponen rojos como brasas de luminaria en campo santo. Luego se escucha a un caballo bajar de la barranca por el camino de San Simón. Esa es la señal de que tendremos muertito en El Llano Grande.

Amanece despacio, el sol se va poniendo al compás del doblar de las campanas, no calienta. Un par de manos coloca el moño negro justo a la mitad de la entrada. Todo es silencio, no hay llanto, éste se quedó atrapado en la cruz de cal y arena tendida bajo el cuerpo. Así sucedió cuando Fidelia Duarte quedó dormida para siempre.

Yo quería pensar que todo era una pesadilla, porque Fidelia tenía que ser eterna, esa era nuestra creencia. Su magia me jaló al mundo cuando la luna blanqueaba sobre la laguna del Llano. En esa inolvidable noche del eclipse lunar, Fidelia impidió que mi boca fuera devorada; amarró al vientre de mi madre un pedacito de copal con manta roja. Sus manos, más suaves que las de mi madre, nos bañaron a las dos por primera vez en el temascal. Nunca olvidaré la suavidad de sus brazos cuando nos envolvió en una cobija caliente. A partir de esos momentos no me pude apartar de ella.

Fidelia ayudaba a las mujeres cuando les tocaba parir. Tenía el poder de deshijar el Llano de hombres, como a la milpa al empezar a jilotear. Sus manos nos dieron la bienvenida en esta tierra, y también el adiós. Cuando alguien moría, juntaba a las niñas del pueblo para recoger flores por el camino de San Simón, luego hacía varios ramos y se encaminaba hacia la casa del difunto para colocarlo en sus pies, como protección en su viaje al más allá.

Ahora Fidelia Duarte no responde. Las campanas no dejan de doblar. La gente se apresura rumbo a la casa del moño negro llevando maíz, frijol y pan. Dicen que ha muerto. Si es así, cómo quisiera ponerme lagañas de perro en mis ojos para poder ver su espíritu. Quiero volver a verte, Fidelia Duarte, para que cures mi mal. Quiero mirarte llegar envuelta en tu enredo de lana, con tu faja bordada de soles y el canasto repleto de yerbas.

Voy a invocar tu nombre en el pozo más grande como me enseñaste, para que regreses con esa voz que me devolviste. ¿Te acuerdas que estaba tartamuda? Y que tú me regresaste la palabra limpiecita cuando hiciste cantar a una golondrina en mi boca.

Tienes que despertar, hay que preparar la infusión para quitar el susto a los niños; los baños de tizana para las niñas que ya se hicieron mujeres, y los tés de palma para que las recién paridas tengan leche. Yo sola no voy a poder hacerlo. Levántate, Fidelia Duarte, porque han llegado tres enfermos del Llano y sin tu bendición no sé si podré salvarlos.

Si no regresas, las brujas van a hacer de las suyas; ya las vieron zangolotearse por la barranca en forma de guajolotas. Tenemos que decir a las mujeres que estén listas con las tijeras en cruz bajo la cama para que no se chupen a las criaturas.

Hazme caso, Fidelia. Te regalaré mis trenzas, me dijiste que te gustaban. No las quiero, te las doy, pero regresa. Ya puse a cocer el nixtamal para echar tortillas en la mañanita. Te estaré esperando. Ahorita voy a arrancar el moño negro de tu casa, y después mataré a los perros para que ya no ladren, y la muerte te deje en paz.

Firma:

Por Corresponsal Digital (Relato original de Martha González Díaz)

Deja un comentario